martes, 2 de agosto de 2016

Señora que narra su viaje a Milano


Día 2 y martes
Nada, que no acabo de estar al cien por cien. Debo de tener languidez postvacacional. Sigo teniendo en el coco las imágenes de otros lugares, y se ve que comparándolas con este cuarto lleno de aparatejos la cosa no mejora.
Creo que para que me comprendáis mejor os cuento mis andanzas.
Corría un caluroso martes de julio, cuando mis hijitos y yo hicimos una maleta enana para no tener que facturar y subimos a un avión nocturno, es decir, que volaba de noche cual lechuza.

El piloto era de gran pericia: apenas si cogió un bache. Como el avión no iba lleno yo me cambie de sitio y estuve un buen rato solica, hasta que un señor con pinta de seminarista con su tonsura tuvo la misma idea que yo. 

El hombre era largo como día sin pan y necesitaba espacio para estirar sus largas piernas. Se descalzó, sacó un pie al pasillo y le atropelló el azafato con el carro de los cafeses. El seminarista gruñó en hebreo y se recogió el pie.
Dos horas y media más tarde el piloto y su pericia aterrizaron en Bérgamo, un pueblecito del norte de Italia. Hubo que despertar al seminarista, que dormitaba semiplegado y con los pies a buen recaudo.
Como no habíamos facturado, corrimos alegremente por la terminal y nos subimos a un bus que aguardaba a los pasajeros nocturnos para acercarlos a Milano. 
Pero nos tocó esperar por listillos, porque hasta que el autobús no estuvo bien cargado no se movió del sitio.
A mi lado se sentó un señor calvo que me dijo "Escusi". Yo pensé que era florentino, pero un poco más tarde se presentó como guía turístico valenciano. El hombre se sacaba unas perrillas enseñando Italia a grupos hispanos. Dio la casualidad de que se alojaba en el mismo hotel, así que hicimos el trayecto juntos. Y menos mal, porque así el bueno de Baltasar, que así se llamaba el señor calvo de Valencia, hizo de pater familias en una ciudad llena de inmigrantes que dormían al raso y más de uno daba un poco de miedo. 
Al llegar al hotel pagamos el impuesto revolucionario, de 4 euros por turista y día.
¡Sus muelas!
Nos despedimos del rey Baltasar y subimos a la suite. 

Bueno, espaciosa, con una cama amplia y un sofá cama también grandecito. Mesa grande con sillas, un baño con todas sus cositas y una temperatura ideal.
   - Está muy bien, aunque huele a pedo - dijo Sarah.
Y era cierto. 
   - Se ve que es lo que se estila este año - dije yo, recordando el apartamento de Cuenca, que cada vez que abríamos la puerta daba la sensación de que una enorme coliflor ebullía en los fogones.
Y así, a las tantas de la madrugada nos acostamos en otro país.
Continuará...

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